Ibamos a morir.
Habíamos permitido que la lluvia,
lenta y persistente
se anidara en nuestras cabezas.
Ella vino,
para instalarse por toda la eternidad,
se escondió un momento
haciéndonos creer
que le había dado paz al cielo
y cuando estuvimos afuera
vulnerables aunque defensas,
volvió.
A devorarnos con paciencia y delicadeza,
para que no lo notáramos,
para que la diéramos por simple
y confiáramos en ella.
Pero ahora,
hemos muerto.
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