TRANSFORMACIONES

jueves, 11 de junio de 2009

Bajo los efectos II

Obligada por las circunstancias, la loca, que sostiene entre sus manos los hilos de varias cometas, unas muy lejanas en el horizonte, otras tercas que se niegan a salir volando, se detiene un instante. A escuchar el torrente que pasa por su lado. Se oyen gritos, tractomulas estrellándose, señoras paranoicas, manos endiabladamente arrugadas, segundos que esclavizan, instrumentos que se rompen, cables invadiendo el alimento, platillos que suenan como cilindro de gas, fiscales condescendientes, pies machucados, exposiciones casi impecables, sillas vacías, caras de revólver, jefes despistadas, señores que regañan, estómagos que enferman. (Se acabaron las veinte botellas de suero verde con sabor a manzana. Queda un tal Vai cascándole a la guitarra hasta que le saca el último suspiro).
...Y las cometas?

Outside the net

Cuando uno se borra del mundo virtual - es decir que se borra de ninguna parte, porque si es virtual es porque no existe -, quedan los personajes de este lado de la pantalla, los amigos que pertenecen a los cinco dedos de la mano izquierda (que es la que sirve), los eventos a los que de verdad se asiste (una izada de bandera hecha por engendros), los grupos a los que se pertenece (el de los perros), las cosas viscerales que se han vivido (aunque nadie se entere).

La cueva

Un sitio en donde solo se escucha mi voz, se ven los huesos y venas brotadas, los ojos cansados, la boca reseca, los pies maltratados, la cabeza que pica, el sueño eterno y la liviandad. Las manos que se entrelazan con si mismas, la boca que no besa, los brazos que bailan-castigan, en vez de abrazar. Una luz que se apaga para poder dormir.

Don Silvio

Que se atreva a cantar, ahora que por enésima vez, decidió no venir a esta cueva, (o decidieron no dejarlo entrar, quien sabe). Seguirá su séquito de novecientas cincuenta canciones siendo el fondo musical para la vida, y sus letras traídas de los cabellos el coro para atreverse alguna vez: La canción que siendo toda una fiesta, se convirtió en un réquiem. O la que es un retrato descarnado de la vida cotidiana. Pero sobre todo, esa que podría escuchar mil veces seguidas, sin cansarme y que solo he podido conseguir en mi propia casa. Nadie más en el mundo la tiene (o no se les ha dado la gana de dejármela escuchar). Y todas las demás.

Los versos han muerto

Los versos han muerto, quedan las palabras con la cara llena de chocolate y las rodillas muy sucias. Estaban de paseo en el monte y regresaron aún más salvajes de lo que eran, (un ardor en el pecho) indomables y obstinadas (ardor revuelto con dolor). Aunque las hayan querido reprimir, esconder, ignorar, vuelven a salir como si nada hubiera ocurrido. Y luchan contra los monstruos hasta que los matan y les ponen encima una bota puntuda, mientras se cruzan de brazos y sonríen triunfantes, con su sombrero de vikingo, y sus largas trenzas…

Historia antigua y su continuación

Y si la música me matara de nuevo, de a pocos, réplicas del terremoto asomándose por los vericuetos del vacío, le entregaría las armas que no tengo, el poco juicio que ha logrado nacer, la simple ráfaga de la vida.

(Pero no logró matarme, más bien al contrario).

Bajo los efectos I

Todos los médicos están huyendo, los ojos son dos bolas de fuego, las manos unos témpanos de hielo. Quisiera ir a uno de esos lugares en donde la luna, o el sol, se ven gigantes, aunque no se si existen o son efectos especiales de las películas: ir solo por saber si es cierto. Y después enruanarme por unas décadas, con algo de música que no se repita ni exija derechos de autor. Y ver si las manos llegan a arrugarse de forma tan bestial que borren la cara.