El alma, a la intemperie,
como una desnudez deseseperada
en medio del desierto sin arena,
se desgarra en un violín,
el saludo de un amigo
al otro lado del mundo,
o el simple y llano recuerdo.
Y aunque habitan el día
instantes de luz
y hasta de risa,
son efímeros,
se esconden en el cuarto viejo,
y sólo queda ella,
la gran soledad,
la noche cayendo
encima de la vida.
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