TRANSFORMACIONES

domingo, 1 de julio de 2012

Siempre estuve impregnada de rock



Siempre  estuve impregnada de rock. El de la infancia, sonaba a todo volumen y sacaba corriendo a la tía Lucía. Los Prisioneros, Los Toreros Muertos, los Hombres G. Mientras otras niñas de siete años no sabían lo que era pedir una canción en una emisora, yo me iba al teléfono público del Seminario, echaba una moneda de veinte y pedía “Devuélveme a mi chica” Mi hermano en la casa se desternillaba de risa. Entrando a la adolescencia, tenía casetes que armaba grabando de la radio. Era un revuelto de Vilma Palma, Eros Ramazotti, Enanitos Verdes y Palito Ortega, con su célebre “Prometimos no llorar”, una canción que en la memoria familiar está asociada a la frase: ¿Quién me quitó mi música? dicha con furia, tras entrar a la casa en la bicicleta y descubrir que alguien me había apagado la grabadora. Con la entrada a la Universidad, apareció el Metal y sus mechudos. Haggard, Metallica, Iron Maiden, con “Fear of the dark”, que para mí era una canción de amor. También estuvieron Sui Generis, asociado a una tiendita llamada Los Tronquitos, y a una garrafa de vino barato, y Silvio, que merece una historia aparte. Siempre fui parte de esas multitudes que “baten mecha” en los conciertos,  se saben de memoria las letras y gritan cuando adivinan la canción que sigue. Impregnada de rock, he empezado caminos en la batería y en el bajo. Ahora, para devolverle toda la energía, los buenos recuerdos, el poder y la adrenalina que me ha regalado, le ofrezco al rock, con toda la humildad, mi trabajo con el grupo de niñas. Para que otros disfruten nuestros conciertos, bailen,  batan mecha, y por qué no, también se enamoren.

Así como la vida







Así como la vida, el agua fluye constantemente, pero tiene instantes de detención.

El agua de las lagunas está siempre pensando, escuchando, percibiendo. La rodea el silencio.
Las nubes, que pasan por encima, la observan y se detienen a escribir.

El viento silba y quiere despeinarlo todo.

Las montañas que rodean el valle, invitan. Y luego cambian de lugar.

El caracol se arrastra muy lentamente. Pero deja siempre un caminito marcado.

Los ojos están aquí, pero ya se han ido.

La danza de los árboles, es obstinada y permanente. Es como si conversaran.

Y aunque a ella la rodeen las miradas, está hecha de pura soledad.