TRANSFORMACIONES

lunes, 17 de septiembre de 2012


Diario Número Cincuenta y Tres

(No porque haya cincuenta y dos detrás, sino por el tiempo que ha pasado: 14 de Septiembre del 2012)

Este es un diario sin interlocutor visible.

Pero vamos a imaginar que existe.

A veces, cuando uno tiene todo armado, cuando todas las sinfonías que dirige están sonando a la perfección, ocurre algo. Se riega la sangre sobre el mantel blanco, una piedrita vence el vidrio, se utiliza la clave incorrecta al comienzo de una película. Y son cosas así, tan pequeñas y sutiles las que hacen que todo se desdibuje, que la red se venga abajo.

Esta vez fue la escena de una película. El niño, que ha estado a punto de suicidarse, admite ante el hombre que lo rescata, que extraña a su mamá. Algo bastante simple. Que sin embargo fue suficiente para descorrer ese velo de la muerte, para que todo el cuerpo se convirtiera en una sola herida, cada vez más grande. Cada vez más abierta. Y ver en el espejo de ese niño, cómo todo lo que uno construye, las compañías que busca, los caminitos que emprende, las mascotas que trae, son arañazos, pataleos desesperados, intentos por traer a la casa toda la vida que ella se llevó.

Pero no es posible. Están hechas de ese vacío las relaciones con los otros. Haga de cuenta que el alma tiene unas capas, así como la tierra. Y que de pronto se va la capa más profunda. Las otras capas entonces se reacomodan y llenan ese vacío. Pero claro, no es lo mismo. El alma siempre va a resentir esa ausencia.

Ya han pasado varios años, dice uno. Casi no me acuerdo. No, la memoria inmediata no se acuerda. Pero la profunda jamás olvida. Esconde, pero no olvida. Y aprovecha cualquier oportunidad para mostrarse. Entonces termina toda esa temporada en la que uno declaró: “Días felices, llenos de música”.  

Que el tiempo lo cura todo. Tampoco es cierto. Uno se vuelve mañoso, le crecen garras, la piel se vuelve más gruesa. Pero son formas de adaptarse al hecho de que cada día crece la vulnerabilidad. Es como un charco de lava que lo circunda a uno. Y para defenderse, uno construye su castillo. Que puede consistir, y este es el más común, en “un trabajo estable”. A salvo de las preguntas, del tiempo libre que es tierra fértil para la introspección.

En mi caso, esa “estabilidad” viene de haber edificado una fortaleza con muchas torres. Transitar de la música a la escritura a la danza al cine a los amigos a Luna. Y cuando ninguna de esas torres está, o empiezan a fallar, soy una cosita así:   (Hay que tener una lupa para verla. Ni siquiera ruido hace).

Debería salir hoy. Los pajaritos cantan (en su jaula). Las nubes (de humo) se levantan. El sol entra por la ventana, a diferencia de ayer, que no quiso salir en todo el día. De hecho tenía planeado construir un bonito aspecto con todo y sonrisa   y salir a la calle a hacer averiguaciones. No quedarme aquí. Pero es necesaria esta estación. Especialmente porque no se ha disipado la niebla de la tristeza. Hoy, el día que apenas comienza, aún es ayer, todo el ayer.