Los versos han muerto, quedan las palabras con la cara llena de chocolate y las rodillas muy sucias. Estaban de paseo en el monte y regresaron aún más salvajes de lo que eran, (un ardor en el pecho) indomables y obstinadas (ardor revuelto con dolor). Aunque las hayan querido reprimir, esconder, ignorar, vuelven a salir como si nada hubiera ocurrido. Y luchan contra los monstruos hasta que los matan y les ponen encima una bota puntuda, mientras se cruzan de brazos y sonríen triunfantes, con su sombrero de vikingo, y sus largas trenzas…
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