Obligada por las circunstancias, la loca, que sostiene entre sus manos los hilos de varias cometas, unas muy lejanas en el horizonte, otras tercas que se niegan a salir volando, se detiene un instante. A escuchar el torrente que pasa por su lado. Se oyen gritos, tractomulas estrellándose, señoras paranoicas, manos endiabladamente arrugadas, segundos que esclavizan, instrumentos que se rompen, cables invadiendo el alimento, platillos que suenan como cilindro de gas, fiscales condescendientes, pies machucados, exposiciones casi impecables, sillas vacías, caras de revólver, jefes despistadas, señores que regañan, estómagos que enferman. (Se acabaron las veinte botellas de suero verde con sabor a manzana. Queda un tal Vai cascándole a la guitarra hasta que le saca el último suspiro).
...Y las cometas?
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