En más de una ocasión la alarma consiguió electrizar la ínfima cubierta de los huesos, los párpados se contrajeron y llena de júbilo, la culebra se preparó para acechar. Pero esta vez tampoco apareció la presa. Huidiza presencia. Sin embargo, aún le quedaba un arma: transmitir su veneno por el pensamiento. Y deslizándose por entre el tierrero, se enroscó en las profundidades de una cueva maloliente. A pensar. Y todas las víctimas cayeron a sus escamas.
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