En un abrir y cerrar de ojos,
y mientras los cuerpos se devoran el asfalto,
nos convertimos en bichos raros,
ratas de laboratorio,
embajadores de alguna parte
llamada interior
(como cualquier calzoncillo).
Derrepente es nuestro acento el exótico,
somos nosotros quienes nos tragamos las letras,
cambiamos los nombres,
no entendemos las situaciones.
Y seguimos pensando que son ellos los extraños.
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