Las palabras que nacen luego de trasegar dificultosamente por el bosque lleno de fango, lluvia, ramas espinosas y el frío pegado a los huesos, son diáfanas, ignoran las luchas internas que operan en cada uno de los seres que las leen, son unas criaturillas salvajes, indomables, incapaces de meterse en esos cuadritos que las mentes han fabricado. Aunque les sorprende ser igualmente objeto de cariño y ganas de llevarlas de paseo, que de poderosas patadas que las lanzan a un cajón llamado olvido, saben que acá, en los intrincados laberintos del alma, siempre tendrán un refugio.
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