A veces al abuelo viene a atormentarlo la muerte. Se le aparece en los sueños o se manifiesta en forma de fiebre. Entonces él amanece con la angustia dibujada en el rostro, y nos pide que llamemos a sus hijos para ver si aún están vivos, o nos advierte que alguno se quiere morir, porque él hace varias noches que no encuentra sosiego, que tiene que abrigarse muy bien para poder dormir.
Ojalá la muerte fuera tan bondadosa de avisar que se va a aparecer, de mandar una cartita morada diciendo: ya le toca el turno, o advertirle a los familiares: estén pendientes que me voy a llevar a fulano. Pero la maldita se aparece en cualquier momento, especialmente cuando a uno se le ha ocurrido pensar que todo es feliz, y agradecer a quien corresponda por las bondades que le ha brindado. Como para que uno siempre tenga presente que ella existe. Emerge diciendo: ¿Qué creyó? ¿Que era inmortal? Y luego suelta una estrepitosa carcajada.
Sin embargo, ninguno tiene derecho a arrebatarle la angustia al abuelo, a él lo distrae pensar en las manifestaciones del más allá. Pensar que la muerte es una señora bondadosa que vendrá con carnaval previo y anestesia, que lo mantendrá avisado cada vez que quiera aparecer.
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