Todo parece normal. El guardaespaldas se asegura de que hayamos conquistado un terreno seguro, y va a esconderse en su guarida. Al mediodía, cuando volvamos a vernos, le hablaré de los árboles que crecieron en mi ausencia, los amigos que efectivamente desaparecieron, los monstruos, pero también príncipes, que estamos encontrando en el atardecer.
Tres. Hoy formamos una competencia de aventamiento de animales. Primero fue la tortuga. Volaba sorprendiendo a los niños adormilados de cuarto. Y yo gritaba desesperadamente para que me permitieran rescatarla. Luego el gato. Se le erizaban sus pelos y afilaba las garras al caer. Los demás reían y el monstruo solo podía condescender. Subía la tortuga conmigo, bajaba el gato. Bajaba yo tras del gato, y antes caía la tortuga. De esta forma transcurrió toda mi clase de ciencias naturales. Fue tan divertido!.
Cuatro. A las señoras matas que cargamos hoy hasta el refugio, les puse su respectivo nombre. Margarita, la que yo cargué, la de hojas más cortitas. Y Eugenia, que luce mayor, por sus hojas más grandes. Las dos son de la familia cheflera. No se crea que es una costumbre banal la de ponerle nombres a las matas. Es una herencia. La tía Marta Atomarté acostumbraba a ponerle nombre y apellido a los animales. Uno de ellos, el pato, se llamaba Belarmino Sepúlveda. Tenía sus dos metros cuadrados de habitación, todo un pent-house. ( Las gallinas y palomas, vivían hacinadas en jaulitas en las que apenas podían moverse sin pisotear a sus compañeras). El día en que murió Belarmino Sepúlveda, la noticia se extendió por varios kilómetros, hasta llegar a oídos del tío Carlos Julio. Murió Belarmino Sepúlveda, le dijeron con gravedad. - ¿Quién era ese? El señor de la esquina, de los Sepúlveda del almacén de zapatos?, preguntó. Y con la tía Marta nos burlamos hasta quedar sin alientos. Ahora que la tía también se fue, se me hace justo seguir con la tradición. No solo los animales tendrán nombre y apellido, también las matas. En la noche, con la ayuda de un acompañante, les asigné familia. Margarita Olivares y Eugenia Montealegre, se llaman ellas.
Cinco. Tigris está enfermo. El otro día tuvo una pelea con Lucas y perdió los dos ojitos. Entonces anda ciego. Lo tenemos anestesiado, pero cuando se despierte va a entrar en depresión. Peor que cuando se me perdió en el Carrefour. Ese día hice carteles con su foto para volverlo a encontrar. Hice un mural con una piedra naranja, en el muro de una droguería, y me vine llorando desde esa esquina, hasta mi casa. Al día siguiente volvimos al almacén, a preguntar si alguien lo había visto. Y sí, ahí estaba! Me estaba esperando! Pero estuvo muy bravo conmigo los días siguientes, no me quería hablar, decía entre dientes que yo lo había abandonado. Pasaron dos semanas para que quisiera reconciliarse conmigo. Luego tuvo la feroz pelea, en la que quedó ciego. Su hijo Éufrates está muy preocupado con él ( aunque también perdió sus dos brazos en una gresca ). Tengo que comprarle su par de ojos mañana.
Seis. Hoy en clase me preguntaron a quemarropa, qué había leído en la vida. Quedé casi paralizada y empecé a escupir títulos de libros rusos que empecé y dejé abandonados. Luego la pregunta fue más cerrada: qué fue lo primero que leyó? Peor por ahí. Está usted apelando a ejercicios de memoria que para mí son muy difíciles. No recuerdo dónde estuve ayer a esta misma hora, haciendo qué, ni con quién. Ahora sí voy a recordar lo primero que leí. Pero cuando el fusilamiento pasó a otras personas, me puse a pensar: A ver, recuerde, qué fue lo primero que leyó. Como un ejercicio de regresión. Cuál es la cosa más remota que recuerda haber leído. Y tratando de responder eso, se apareció un libro. No lo leía yo. Me lo recitaba él con su vozarrón. Y yo entraba en un estado de embobamiento escuchándolo, viendo los dibujitos, y le pedía que me lo leyera muchas veces… Allá arriba, muuuy arriba, está la luna, pompa de jabón, colgada de las barbas del viento. Ese libro, esa voz y ese poema, son los culpables de todo. En esos días se me rayó la cabeza. Si podía, no? Muy difícil?
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